Naufragar en espirales
P R O E M I O
Cuando el verso inaugura el
poema, este es algo así como un criptograma que alberga como la valva de una
ostra, la gema forma que es nada más y nada menos que su contenido significado.
Así nomás de visible/invisible, así nomás de esencia sustancial.
Tal la órbita de este
poemario que abre sus formas capullos en espiralados sonidos aromas. La forma
poética discurre, se despliega, ondula, retorna
y se abre y dice, fónica y significativa y ritma entre la sucesión y la pausa,
entre la brevedad sugerente que se adentra y puntúa y el espacio significante (silencio
sonoro) y vuelve a abrirse cada vez –en cada página siguiente– en la
concentración vibrátil que acentúa otro juego espiralado. Y así ES.
Y por eso el paratexto
activo, título emblemático y paradigma, con ese verbo en modo infinitivo que no
hace, que no conjuga pero es y hace hacer espirales al poema, a los poemas, a
su vida-esencia dinámica porque supera la cerrazón de todo círculo y se abre
siempre Fénix, renaciendo de sus cenizas en cada uno, en cada topos/poema,
que es al mismo tiempo cronos y es camino.
Naufragar en espirales (valga el oxímoron) es navío y es zozobra
y es la apariencia de un fracaso. Es aprender zozobrando y volver a nacer: es
esperanza. Por eso dice: “(…) exorcizar la pérdida y continuar. / Partir y
volver a partir siempre”. “(…) La cámara
inicia el vuelo / renace bajo la luz estacionaria del ocaso”. “(…) Náufrago/poeta: descubridor de islas en
tierra firme”.
Naufragar en espirales es agua vital, líquido amniótico prenatal
y es parto: nacer como naufragio, y vida posnatal como camino trascendente: espiral/es:
poesía en los poemas, en el poemario.
Gracias, poeta. Gracias,
Marcela Galván.
Kelly
Gavinoser
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